miércoles, 9 de julio de 2014

Andrea Ricardi

El «canon»
Una literatura que se anda por las ramas de las discusiones del «canon», parece aún incapaz de revitalizar lo que puede y debe rescatarse en determinados autores. Y la política cultural autonómica, llena de buenas intenciones, no acaba de salirse de los límites de sus artificiales y reducidas fronteras. La verdadera literatura, por fortuna, las ignora. Sender, que nació en Chalamera y es aragonés y hasta parece, en ocasiones, pariente intelectual de Buñuel, ha sido ubicado en el limbo de aquellos desterrados que realizaron la mayor parte de su obra fuera de España y que nos llegaron a destiempo, con dificultades de censura e idealizados por quienes desconocían su evolución intelectual. Incapaces de situarlos en su tiempo y en su circunstancia, fueron más tarde ignorados, como Max Aub, y tantos otros, incapaces de ser asimilados por un mercado editorial que, en la novela, era ya muy competitivo. Cierto es que Sender fue Premio Planeta, pero no es menos cierto que para reivindicar su obra, en los comienzos del nuevo siglo, debe entenderse que parte de ella ha de purgarse y calificarse de innecesaria. En el otro platillo de la balanza descubriremos el peso de uno de los grandes novelistas españoles del siglo. Incapaz de juzgar críticamente su propia producción, ofreció al mercado lo mejor, lo bueno, lo regular y hasta lo francamente malo, como cuando irrumpió como caballo en cacharrería en la novela «de humor».
    Antes de abandonar Es-paña, este escritor surgido del periodismo y anclado en un realismo de denuncia, había dado ya pruebas de su extraordinaria capacidad fabuladora. La mejor, sin duda, fue la que se inspiraba en lo vivido. Y así «Imán», publicada en 1929, sobre su experiencia de la guerra de Marruecos, sigue siendo una pieza indiscutible que se ignoró y silenció durante buena parte del franquismo. En 1935, había obtenido ya el Premio Nacional de Literatura con una novela de reconstrucción que no cabe desdeñar, «Mr. Witt en el cantón». Tuvieron que pasar muchos años para que el lector tuviera acceso a «Contraataque», un reportaje sobre la guerra que tiene escasos elementos novelísticos. Ya entonces Sender había publicado otros reportajes en forma de libro: «Orden público, novela de la cárcel» (1931) o «Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas)» (1933), donde narraba el alzamiento del comité anarquista de este pueblo contra la Guardia Civil y la feroz represión que siguió a los hechos. Pero, junto a esta literatura de compromiso testimonial elabora, a la vez, otra de fantasía, que Marra López (también algunos libros críticos merecerían ser recobrados) calificó de «fantasía goyesca», aunque, de hecho, bordeando el surrealismo, muestra su peor rostro: «La noche de las cien cabezas (Novela del tiempo en delirio)» (1934). En estos años, el autor se mueve entre la simpatía por el anarquismo y el comunismo, aunque negará posteriormente, ya en los EE.UU., haber militado alguna vez en sus filas. Pero en uno de sus libros había relatado sus impresiones de un viaje a la Rusia soviética. Cuando emigró a México y, poco después, a los EE.UU., donde ejerció la enseñanza universitaria, Sender era ya el novelista más representativo de su promoción, aunque alejado de la corriente intelectualista de un Ayala o una Rosa Chacel. De su abundante -y no siempre equivalente producción- restan, en esta etapa, por lo menos, algunos títulos imprescindibles: «El lugar de un hombre» (1939), «Crónica del alba» (1942), «El verdugo afable» (1952, la mejor y más compleja de sus obras), «Requiem por un campesino español», titulada con anterioridad «Mosén Millán», (1960, una pequeña obra maestra) u obras menos ambiciosasa, pero precisas en su configuración narrativa, como «Los tontos de la concepción». Fue, además, de los pocos exiliados que se interesó por narrar en escenarios no españoles: México, el territorio de Nuevo México, la vida universitaria estadounidense. Practicó la novela histórica y llegó a publicar con cierta continuidad hasta tres novelas al año, lo que debía llevarle a la disminución de su calidad en los últimos años. 
    
En el purgatorio


Pero determinadas obras de Ramón J. Sender constituyen peldaños decisivos de la narrativa española del siglo XX. El relativo silencio que pesa hoy sobre su figura -ese purgatorio al que se somete la obra de la mayor parte de los escritores fallecidos durante unos años- debe ya terminar con el Congreso que se prepara y determinadas actuaciones en torno a su obra. La reedición de sus obras más relevantes en colecciones comerciales y el interés crítico debe hacer accesible lo mejor de su producción, abandonando trasnochadas venganzas políticas, banderías y enemistades personales. Contradictorio, brillante, alucinado, cronista de una España que ya no es, Sender requiere atención y lecturas; especialmente lectura y no sólo tesis doctorales. Quienes se adentren en su atormentado mundo saldrán enriquecidos.

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